Ya llegó el 20 de julio

Por: Fernando Londoño Hoyos

Y como en el cuento de la perrilla de Marroquín, esta vez tampoco se pudo coger al maldito jabalí.

Estamos acostumbrados a las promesas de basura, a las expectativas fallidas, a los sueños baratos que se esfuman. Como cuando le prometimos la tal paz al mundo desde la ONU, o cuando anunciamos una justicia imposible desde el circo de La Habana, o esta otra vez, allá en la tierra y a la sombra de los Castro, dos de los peores asesinos y tiranos que padeció la humanidad en el siglo XX y lo que corre de este, cuando se juró otra paz, y apenas se logró la entrega y rendición del que fue nuestro glorioso, invicto Ejército Nacional.

Y llegó el 20 de julio. Otra fecha, otro juramento, otra cita con la historia condenados al olvido. Era el día del acuerdo final, del triunfo de la retórica pacificadora, y tampoco. Pura paja, como decimos en Colombia.

Ya el bandido Timochenko lo había dicho. Para terminar las negociaciones, falta mucho pelo p´al moño. Claro. Porque no quedan, después de entregarlo todo y después de ponernos de rodillas ante unos terroristas de la peor laya, más que 52 puntos pendientes de lo que ya se acordó. De lo que falta, quién sabe. Esperaremos que Joaquín Gómez, o cualquiera otra ficha de esa colección de criminales, nos diga lo que viene. No olvidemos que todo lo que escriban en La Habana queda convertido en norma constitucional privilegiada, que nadie, ni siquiera el pueblo soberano puede cambiar. La palabra de las FARC es inamovible, intocable. 

Cada vez que recordamos estas cosas nos parece que sufrimos una pesadilla de la que vamos a despertar. Pero no. No hay tal pesadilla. Todo esto es verdad. La Constituyente no es necesaria, porque funciona en Cuba, donde un puñadito de mediocres convocados por Santos, sus plenipotenciarios, discute y acuerda la suerte de los cuarenta y siete millones de estúpidos colombianos que nos dejamos montar semejante patraña, con otro puñadito de terroristas analfabetos, que de reos de todos los delitos pasaron a ser constituyentes, rectores de la vida colombiana, amos y dueños de nuestro destino.

Este lunes 17, cuando usted esté al frente de estas líneas, ciudadano sorprendido por este alud de miseria, la Corte Constitucional dirá que el plebiscito es válido, porque se lo inventó Julio César y lo perfeccionó Hitler. Con semejante paternidad, ¿cómo no sería legítimo en Colombia? De modo que prepárese para participar. Es decir, para decir sí o no, que hasta allá llegará su poder de examen, de crítica de decisión. Sí o no y ya está. Lo demás lo ponen entre De La Calle y Timochenko, Jaramillo y Márquez, los Generales Mora y Naranjo, y los Generales Alape y Santrich. Con firmas tan distinguidas e ilustradas, la opinión suya, querido amigo, como la mía, no cuenta sino como un número perdido en la nada. De modo que nos instalan en la tiranía, contando con  nuestro voto. ¡Qué maravilla!

Este no es el momento más feliz en el mundo para el terrorismo. A la gente le gustó poco la mortandad que en Niza causó, por un personaje inhumano, que en Colombia tendría a sus amigos aspirando al Congreso, después de haber pasado por el poder purificador de la pila bautismal. Un terrorista igual a los que están en La Habana fue el de Niza.

 Pasarle por encima a centenares de familias con un camión, no hace ninguna diferencia con ponerle una bomba a centenares de otras familias en el Club El Nogal. Lo uno es en Niza y lo otro en Bogotá. Lo de Niza es imperdonable y lo de Bogotá produce gloria, poder, curules en el Congreso, reparación moral ilimitada. Ni el estúpido Hollande dejaría que por su mente pasara la idea del perdón y la reconciliación a los que mueven este salvajismo. Lo que quiere decir que Santos es mucho más estúpido que Hollande, que los amigos de Santos son más desvergonzados que cualquier francés, o cualquier europeo o cualquier habitante de este planeta, y que los colombianos somos más indiferentes y cobardes que los ciudadanos del resto del mundo.

Como llega el 20 de julio, que sea ocasión para que nos expliquen por qué el terrorismo de aquí es de otro linaje que el terrorismo de allá. Por qué una bomba en el aeropuerto de Estambul es más grave o distinto que miles de bombas sembradas en el campo para destrozar a cualquiera que las pise. Por qué matar caricaturistas de Charlie Hebdo es atroz y matar periodistas en las calles de Bogotá carece de importancia. Y por qué el mundo se prepara para combatir unido el terrorismo, menos el de Colombia, que es tolerable, plausible, estupendo. A mí que me lo expliquen. ¿Y a usted?

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