Tragicomedia en varios actos

Por Fernando Londoño Hoyos. 

Lo que nos duele después de estas idiotas y patéticas escenas alrededor de un criminal de baja estofa como Santrich, es la cantidad de tiempo y energía que hemos perdido en el sainete. Hace tiempo que el sujeto debiera estar cantando en los Estados Unidos, en dueto perfecto con Marlon Marín, que parece hacerlo muy bien. Pero no. Nos dejamos montar la opereta bufa de la JEP, y por más de un año tuvimos al tipejo este en una cárcel, lleno de cuidados y de mimos, mientras se averiguaba si las grabaciones que oímos todos, contenían lo que todos sabemos.

Como los patriarcas de la JEP, excelentes candidatos para viajar sin Visa a los Estados Unidos, querían burlarse de nosotros, lo hicieron como les dio la gana. De toda esa farsa solo nos quedó el consuelo de saber que teníamos dos magistradas valerosas y serias, que lamentablemente tardaron un año para darse a conocer. Lo demás es pura basura. El ponente es un payaso de mala condición, que no reciben en ningún circo serio. Por eso anda en la JEP. El documento que tardaron un año en producir es de lo más pobre y repulsivo que pueda leerse. Y los comentarios posteriores, sobre todo los quejidos porque no les hubieran mostrado todas las pruebas de una vez, como si no las hubieran tenido sobradas, apenas se explican por el miedito que le tienen a que el señor Whitaker hable en serio cuando hace ciertas advertencias.

Después, más basura, más comedia, más farsa, más sainete, más opereta bufa. Como si estuviéramos para botar tiempo y energías.

Como si no anduviéramos llenos de cocaína hasta el cogote y enfilando la proa a la descertificación de septiembre; como si no estuviéramos comidos por los carteles propios y mexicanos; como si no murieran todos los días los llamados líderes sociales, principalmente los que tienen la idea de tumbar alguna mata de coca; como si nuestro Ejército no fuera víctima de los ataques más cobardes, promovidos desde Londres por los amigos que dejó allá Juan Manuel Santos; como si nuestros niños de colegio y nuestros jóvenes universitarios no resultaren apetecibles para todas las mafias que llaman del micro tráfico; como si el empleo informal no creciera cada día y el desempleo puro no nos mordiera como perro rabioso; como si el crecimiento del PIB no demostrara la crisis profunda de esta pobre economía; como si no dejáramos pasar los días y los meses sin tomar decisiones sobre el petróleo no convencional, antes de que tengamos que salir a pedirle limosna a Putin y a Irán; como si no nos llegaran cada día miles de venezolanos que recibimos sin un peso ni un plan para mejorar su aflictiva condición; como si la corrupción no estuviera desatada y comandada desde las Altas Cortes por bandidos togados; como si la condición Fiscal no mostrara perfiles de hecatombe; como si las carreteras que tenemos no se cayeran, con puentes incluidos, y las que no tenemos no se mantuvieran en angustiosa parálisis; como si la calidad de la educación de los estudiantes pobres no clamara al cielo; como si los cafeteros, los azucareros, los paneleros, los confeccionistas y textileros no permanecieran al borde de la quiebra y la huelga; como si nada de esto y mucho más no importara, gastamos lo que no tenemos, fuerzas y tiempo, ocupándonos de un perverso.

Ahora se nos viene otro drama, que debiera estar resuelto hace rato, apenas con un par de pantalones bien puestos. Nos referimos, cualquiera lo imagina, a la cuestión del glifosato. Un producto que se usa en más de 150 países en faenas agrícolas lícitas y continuas y que es indispensable en el campo moderno, no se puede lanzar desde aviones especializados en plena selva, donde no hay más que coca, culebras, micos y tal cual bandido. Y eso que la  prueba es plena de que ni los micos ni las culebras, ni los alacranes y ¡válganos Dios! ni los zancudos se molestan con esas fumigaciones.  Pero cinco amigos de Juan Manuel Santos, y por ese camino defensores de las FARC, los dueños del negocio, enquistados en la Corte Constitucional, llevan mesas estudiando si la composición molecular del Round Up (como el producto se llama en todos los almacenes del ramo) puede producirle cáncer a no se sabe quién. Y no aparece el que los mande para el carajo, o a freír espárragos si lo quieren más dulcemente, y de la orden de que llueva glifosato de los cielos.

Pero así estamos en Colombia. De espaldas y lejos de nuestros problemas verdaderos y dedicados a las boberías y a las insignificancias. Quizás, quizás, quizás, como dice la canción de marras, algún día vayamos a las cosas y nos dejemos de andar botando el tiempo en pendejadas.

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