Iglesia Católica y proceso de paz

Por: Federico Hoyos Salazar

La Iglesia Católica en Colombia podría estar jugando un papel fundamental en el proceso de paz con las Farc, convirtiéndose en la vocera que reclame justicia, franqueza en el diálogo y serenidad en la discusión política. La Iglesia en Colombia podría ser un puente de entendimiento entre quienes somos críticos de la negociación de La Habana y el gobierno, infortunadamente este no ha sido su papel.

Quisiéramos ver una Iglesia Católica en Colombia comprometida con la defensa de valores, y no con posturas políticas como actualmente lo hace como abanderada del proceso de paz. El último episodio del viaje de representante de la Iglesia en Colombia a La Habana demuestra lo anterior. Valga la pena precisar, que cuando refiero a la Iglesia Católica colombiana, hablo sobre sus representantes y no sobre los miles de sacerdotes y religiosas que trabajan por todo el país sembrando paz, esperanza y perdón.

En primer lugar vale la pena recordar las palabras del presidente Santos al inicio de los diálogos de paz en donde supuestamente esta negociación sería diferente a la del Caguán. Pues bien, entre más pasa el tiempo más se parece la una a la otra. La Habana se ha convertido en la sede diplomática en donde las FARC atienden a representantes de gobiernos e instituciones del mundo.

El responsable de que esto sea así es el gobierno de Colombia, que ha permitido que los cabecillas de dicha organización, posen como líderes políticos de talla internacional. Y precisamente por esto, extraña que el presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana visite a cabecillas de una organización ilegal como si se tratara de líderes con legitimidad.

Extraña aún más que el tema central de dicha visita, sea el de gestionar una audiencia entre los cabecillas y el Papa, en su próximo viaje a Cuba. No se ha definido nada en la negociación de paz; ni entrega de armas, ni sometimiento a la justicia, ni reparación efectiva a las víctimas, nada concreto. Así las cosas, lo último que debería importar es una audiencia papal. No es aceptable que se use la figura del Papa para decir que un encuentro entre él y los representantes de Farc ayudaría a acelerar un acuerdo de paz; nada tiene que ver el Santo Padre en los asuntos discutidos en la mesa de La Habana. Tampoco es conveniente que el gobierno nacional guarde silencio ante estas pretensiones, y en lugar de hacer un llamado para concentrar la atención en la agenda pactada, permita la distracción con este tipo de maniobras publicitarias de la guerrilla.

Parece como si no aprendiéramos del pasado, y olvidáramos que lo único que las Farc buscan con pretensiones como las de reunirse con el Papa Francisco es aumentar su reconocimiento internacional y su falsa consolidación como actores políticos. Parece que olvidáramos las épocas del Caguán en donde ilustres figuras mundiales visitaban las instalaciones de dicho grupo, sin ningún resultado concreto en materia de paz, más allá de la foto y el titular de prensa. ¿Por qué entonces los representantes de la Iglesia Católica en Colombia se prestan para repetir la historia?

Hoy el país afronta debates difíciles como el de la creación de un “congresito”, la excarcelación de guerrilleros, justicia transicional, cese bilateral al fuego, refrendación de acuerdos en La Habana y otros tantos. En medio de este torbellino político, bien haría una voz externa que con sabiduría y serenidad fuera dando luces en las diferentes materias; esa voz podría ser la de la Iglesia Católica en Colombia, pero infortunadamente no es así, y su credibilidad e influencia en los colombianos, está siendo desperdiciada en trivialidades.

Necesitamos una Iglesia Católica que ayude al entendimiento, defienda la justicia, sea la voz de las comunidades que viven en los rincones más apartados del país y en donde el Estado no llega pero la Iglesia sí. Queremos una Iglesia Católica que oriente, promueva la reflexión y genere esperanza en un país en donde crece la incertidumbre.

Post Scriptum: Las leyes de honores en el Congreso no pueden seguir ocupando tiempo de debate legislativo, cuando hay tantos temas importantes por discutir y solucionar.

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