ALBERTO ANGEL MONTOYA. EL POETA GALAN

Le llamaban el maestro del soneto galante. Un buen nombre para un auténtico galán enamorado de la bohemia, del amor y de la mujer.. Nacio en Santa Fe de Bogotá en una prestante familia y quedó ciego mientras jugaba a una de sus aficiones favoritas: el polo. Aunque su ceguera frenó la velocidad de una vida intensa, no mermó en absoluto su inspiración y su trabajo poético.

Fue un seductor poético profesional. Deslumbró a todos en el primer concurso Nacional de Belleza cuando recitó un poema que hasta lágrimas arrancó.

Romántico, seductor e incluso erótico. Nos quedan sus poemas galantes para saborear al calor de una chimenea.

 

Éramos tres los caballeros
Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008
Éramos tres los caballeros. Uno
amaba el juego y la mujer. El otro
amaba la mujer y amaba el vino.
Yo amaba el vino, la mujer y el juego.
      
Íbamos por garitos y tabernas
jugando las sortijas
después de haber jugado las monedas.
Y en los amaneceres licenciosos
dejábamos al pie de la ruleta
la última sonrisa
y la última gema.
      
-Sobre el jardín en flor de las barajas
inventaba el zafiro una alba nueva-.
      
Bebíamos en copas repulidas
viejos vinos de rica procedencia,
o en los cálices rojos de las bocas
de las mujeres bellas,
vino de rojas uvas maduradas
al beso ardiente y la sensual promesa.
      
-Mujeres que una noche nos amaron
e hicieron más amarga nuestra pena-.
      
Éramos tres los caballeros. Uno,
jugador sin sortija y sin monedas,
se jugará la vida alguna noche
al dado con la trágica tahuresa.
Como fue su querer vivir de gala
en el vaivén de las mundanas fiestas,
a cambio de la flor luce en su traje
un estigma letal de adormideras.
Y bebe en el festín imaginario,
en la copa del día,
vino de albas siniestras.
      
El otro en un vagar hacia los vicios
y en busca de un licor que no ha existido
ni existirá jamás sobre la tierra,
llegó hasta el Monte de Piedad.
      
      Un día
vertió en la copa su dolor, y plena
la copa de amargura, moribundo,
brindó por la bohemia.
      
Éramos tres los caballeros. Nadie
comprenderá en el mundo esa tristeza
que efluvia el fondo de las copas rotas
en que bebieron labios de doncellas,
ni el resignado hastío
que el grave azul de la sortija lleva.
-Éramos tres los caballeros… nadie
comprenderá jamás nuestra tristeza-.

Escena invernal
Bajo la marquesina del pórtico elegante,
y frente a los carruajes que esperan la salida,
surges ante la lluvia monótona y constante,
de pieles silenciosas y cálidas ceñida.
Tu mano, flor de invierno, velada por el guante,
a un galán pulcro y fatuo dice la despedida,
y junto al blasonado vehículo, un instante
tiembla toda la euritmia de tu carne transida.
Viejo ujier ostentoso de mímicas serviles
abre la portezuela y aspira los sutiles
efluvios de tus pieles, curvado hasta los pies.
Y cuando entre la bruma se aleja tu berlina,
en el húmedo ambiente, bajo la marquesina,
queda como un aroma flotando tu altivez.
 
Pavo real
Exhibiendo sus galas de heráldica opulencia,
pragmático en la gloria de la tarde estival,
el pavo presuntuoso llevó su decadencia
hasta la perfumada blancura del rosal.
Discurrió por el parque de rica florescencia,
el parque de los pinos, vetusto y señorial,
donde la fuente ejerce la lírica paciencia
de rimar siempre un mismo y eterno madrigal.
Y allí, bajo el silencio del gran pinar sombrío,
desenarcó el plumaje con un gesto de hastío
¡oh sus plumas de oro bajo el cielo de ayer!
Se contempló en las ondas de la fuente pagana,
y al mirarlo perderse tras la fronda cercana,
comenzaron las rosas también a envejecer.

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