La Hora de La Verdad

El gran descubrimiento

Por Fernando Londoño Hoyos

Más de ciento veinte indígenas asesinados después, más de ochenta muchachos del Ejército y la Policía mutilados después, más de decenas de miles de desplazados después, más de otras decenas de miles, pero de barriles de crudo vertidos en las selvas después, más de miles de niños campesinos reclutados después, el señor Presidente Duque acaba de descubrir que el narcotráfico es el combustible de todas las guerras que Colombia padece. ¡En buena hora!

Este doloroso y costoso aprendizaje lo hubiera hecho el señor Presidente, no en quince meses sino en quince minutos, si no hubiese tenido pena de preguntarle a su gran y único elector, Álvaro Uribe Vélez, qué pasaba en este país que iba a gobernar. Ese pudor ha resultado muy caro.

Pero ya en el plan sincero en que andaría el Presidente de preguntar, vale la pena intentar otras economías de tiempo, recordándole qué hizo Uribe para derrotar ese “combustible de todas las guerras” que se acaba de descubrir.

Lo primero, Ilustrísimo Presidente, fumigar, fumigar y fumigar. El glifosato está disponible en todas las llamadas agrotiendas del país, con el nombre de Round Up. Los aviones se consiguen, en compra o en arriendo, sin dificultad. No faltan pilotos experimentados y valerosos que hagan la tarea. Agréguele a la fórmula un par de pantalones bien amarrados, que Uribe le puede indicar cómo se consiguen, y ya está. Es el  imprescindible comienzo.

Decídase enseguida por la tarea inaplazable e inevitable de quitarle los bienes a los narcos, porque ellos no usan el “combustible” de que hablamos por honor, ni por pasión política, ni por maldad, sino por plata. Para quitárselas, en esa faena que usted llamaba en su campaña la extinción de dominio express y que de Presidente, tan ocupado como anda en tantas cosas, olvidó del todo, busque una persona ideal, la primera experta que hay en América sobre el tema, la doctora Sara Magnolia Salazar. Ella anda ocupada, recorriendo todos los países de este continente, explicando el asunto y poniéndolo en marcha, pero le aseguro que preferiría hacerlo en Colombia.

Si usted llama a la doctora Sara Magnolia y le da esa responsabilidad, las sentencias no se demorarían 15 o 20 años como ahora, sino ocho o diez meses como cuando ella era juez de la materia. Y llame también al Coronel Alfonso Plazas Vega, quien le indicará cómo se maneja, verdad para Dios, una Dirección Nacional de Estupefacientes que funcione. No se arrepentirá.

No olvide otro condimento esencial de la receta: la extradición. No se deje de la JEP, impóngase y demuestre eficaz su alianza con los Estados Unidos y con los países del mundo que quieran acabar con la tiranía de los narcotraficantes. Acá se mueren de la risa de sus jueces y de sus cárceles, señor Presidente. Allá se les interrumpe el circuito multimillonario de sus intereses malditos.

Los narcotraficantes que se han tolerado como miembros del Congreso, andan muy dedicados a sacar otra ley que los consagra, que tiene por objeto dizque favorecer a los pobres agricultores que no tienen más remedio que sembrar, cultivar y venderle coca a los carteles para sobrevivir. No crea ese cuento, como no lo creía el señor Uribe Vélez, a quien usted por vergüenza no le pregunta cómo gobernar. Esos supuestos pobres campesinos son eslabones indispensables de la cadena del desastre. Muchos se fueron a las zonas cocaleras, llegados de otras partes de Colombia, solamente para enriquecerse. ¿Se ha preguntado usted dónde andan los jóvenes de las regiones cafeteras de Colombia? Metidos en el ciclo mortal de la cocaína, Presidente. Dígales que se acabó el juego y que si se obstinan en mantenerse en campamentos cocaleros les va a ir muy mal, porque en Colombia no quedará espacio para los traficantes de la cocaína. Pero dígalo en serio, no en esos discursos tan bonitos, o así le parecen, que pronuncia en todas partes y que todos olvidan, usted el primero. Pregunte cuántas hectáreas de coca quedaban en el Catatumbo cuando se fue Uribe y cuántas de palma de aceite se sembraron allá mismo mientras Uribe fue Presidente. El propio Uribe Vélez se lo dice y le agrega otros detalles.

La receta es sencilla, pero costosa, Presidente. Quien la aplique tendrá el odio de muchos que jurarán y practicarán crueles venganzas. Sus amigos ponen bombas y bombas que matan. Sus simpatizantes escriben columnas indignadas en los periódicos y las revistas. No habrá día que no lo calumnien y no le inventen algún proceso en las Cortes, que les pertenecen y dominan.

Usted verá qué hace. Si después de descubrir lo que acaba de descubrir se resuelve a cumplir su deber, tome el camino del sacrificio y del heroísmo. Si no se resuelve, el combustible de que hablamos seguirá incendiando esta Patria que amamos. Usted dirá.

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