TODAVÍA PODEMOS: ¡a marchar!

Por: Fernando Londoño Hoyos

En todos los procesos históricos que terminaron en una catástrofe totalitaria, hubo un punto de retorno. Un momento en el que habría sido posible el triunfo de la libertad y la democracia.

Y siempre hubo un Kerenski. Aquel personaje acomodado y cobarde que tuvo las llaves de la salvación y que dejó pasar la oportunidad. Por tonto, por flojo o por mal intencionado.

A la caída de los zares, Rusia pudo ser muy distinta de la tragedia que fue. Pero algún tonto creyó que mandar a Lenin escondido en un tren hasta Moscú era una buena idea para contener la dictadura de los Romanoff. Y después Kerenski pudo salvar a los rusos de la tiranía de los bolcheviques. Era el jefe de mayorías que no tuvieron claro el peligro ni quién las condujera por los caminos de una democracia de estilo europeo. Y vino la dictadura de Lenin, y la de Stalin, y lo que siguió.

Mussolini no era el dueño de las mayorías absolutas. Pero el Rey Víctor Manuel creyó que un gobierno fascista podía ser un ensayo interesante, para que Italia comprendiera los peligros del extremismo sindical. Y le entregó el poder a Mussolini. Los italianos, que pudieron y no quisieron, jamás olvidarán.

Hitler estuvo muy lejos de las mayorías absolutas en aquellas elecciones de 1.932. Su partido daba señales de cansancio y Alemania se mostraba recelosa de aquellos fanatismos. PeroHindenburg, el héroe de la guerra del 14, quiso ensayar. Y le entregó a Hitler el poder, seguro de que sería un ejercicio mediocre y efímero. ¡Y lo que pasó!

Los cubanos no querían una dictadura corrupta como la de Batista y eso lo tenían perfectamente claro. Pero la mayoría de ellos no imaginó que pudiera instaurarse una peor, por falta de alternativas de poder. Y Fidel Castro se guardó sus designios marxistas hasta cuando era demasiado tarde para Cuba. Y la claudicación va para cincuenta y seis años de fusilamientos, encarcelamientos, silencios forzados, miseria moral, ruina económica. Los hijos de los muertos en el paredón, los millones del exilio y los otros millones que padecen el régimen, recuerdan que hubo una oportunidad y que la dejaron pasar.

Chávez fue un experimento ridículo, en cuyos inicios participaron con angelical candor miles de venezolanos convencidos de que esa sería apenas una salida al régimen bipartidista, corrupto e inepto que los gobernaba desde la caída de Pérez Jiménez. Y jugaron la partida. Y hoy comen el pan del destierro o sufren el matoneo del régimen y en todo caso han visto con horror la ruina de su patria. Y como los rusos de los bolcheviques, o los italianos del fascismo, o los alemanes del nazismo, o los cubanos de Castro o los venezolanos de Chávez, un día entendieron que era demasiado tarde. Ya no podían marchar.

Antes de que nos entreguen a las FARC, al Foro de Sao Paulo, al Socialismo del Siglo XXI, los colombianos tenemos una oportunidad. Aún podemos marchar. Tenemos una alternativa política y con suerte y decisión podemos impedir que se nos roben, como las pasadas, las próximas elecciones.

La marcha del 13 de diciembre es una de esas oportunidades culminantes e irrepetibles en la vida de un pueblo. Una de esas ocasiones que si se dejan pasar, no regresan nunca. Piénselo cada uno y salga a la calle. Para decir que no a negociaciones bajo el terror y no a la paz con impunidad. Mañana también será demasiado tarde.

La marcha del 13 de diciembre es una de esas oportunidades culminantes e irrepetibles en la vida de un pueblo. Una de esas ocasiones que si se dejan pasar, no regresan nunca. Piénselo cada uno y salga a la calle. Para decir que no a negociaciones bajo el terror y no a la paz con impunidad. Mañana también será demasiado tarde.

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