Rafael Alberti

Por: Montserrat Fernández

Poeta andaluz nacido en el Puerto de Santa María en Cádiz, España un lugar de inspiración permanente en toda su obra. El Puerto de Santa María y la pintura marcaron su vida y su poesia.
Sus primeros poemas se titularon “Mar y Tierra”, por los que ganó el Premio Nacional de Literatura de 1924-1925.
Fue amigo de Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Emilio Prado y Manuel de Falla, Buñuel, Picasso, Pablo Neruda y tantos otros que marcaron su obra poética.
Se caso con la poetisa Maria Teresa Leon. Estuvo en la guerra civil española y en el asedio a Madrid participó en la evacuación de las obras del Museo del Prado. El mismo museo que de niño lo inspiro a pintar.

En 1939, ante la inminente derrota del gobierno republicano, se ve obligado a salir de España y viaja a París y mas tarde a la Argentina en donde vivió durante 14 años.
Falleció a la edad de 97 años de edad un 28 de octubre de 1999.
Sus cenizas, como el tanto deseaba, fueron a parar al mar de su bahía gaditana, inspiración de sus poemas.

Hay 7 libros fundamentales en su obra que merece la pena disfrutar: Marinero en Tierra ( 1924), Sobre los Ángeles (1929), A la pintura (1948),Retornos de lo vivo lejano (1952), Baladas y Canciones de Paraná (1954), Roma, peligro para caminantes (1968), La Arboleda perdida (1959)

Su obra tiene diferentes etapas entre las que se encuentra la neopopulista, la surrealista y la realista, pero Alberti es especialmente conocido por su activa presencia en la vida y en la política española de la época. Es en definitiva una poesía arrolladora que escarba con furia en los hombres y que podemos disfrutar no solo a través de su poemas, sino a través de las canciones que muchos artistas musicalizaron. Recordemos La paloma de Joan Manuel Serrat, Aguaviva con su Balada para los poetas andaluces o la Elegía del niño marinero cantada por Rosa Leon.

                                               La Paloma

Por Rafael Alberti

Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua. Se equivocaba.
Creyó que el mar el cielo;
que la noche, la manaña.
Se equivocaba.
Que las estrellas, rocio;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama)

Algunos poemas

Marinero en tierra

… Y ya estarán los esteros
rezumando azul de mar.  
¡Dejadme ser, salineros,
granito del salinar!
¡Qué bien, a la madrugada,
correr en las vagonetas,  
llenas de nieve salada,  
hacia las blancas casetas!
¡Dejo de ser marinero,  
madre, por ser salinero!

Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana  
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada  
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!

Cal y canto

Carta abierta
(Falta el primer pliego)

… Hay peces que se bañan en la arena
y ciclistas que corren por las olas.
Yo pienso en mí. Colegio sobre el mar.  
Infancia ya en balandro o bicicleta.
Globo libre, el primer balón flotaba
sobre el grito espiral de los vapores.
Roma y Cartago frente a frente iban,
marineras fugaces sus sandalias.
Nadie bebe latín a los diez años.
El Álgebra, ¡quién sabe lo que era!
La Física y la Química, ¡Dios mío,  
si ya el sol se cazaba en hidroplano!
… Y el cine al aire libre. Ana Bolena,
no sé por qué, de azul va por la playa.
Si el mar no la descubre, un policía
la disuelve en la flor de su linterna.
Bandoleros de smoking, a mis ojos
sus pistolas apuntan. Detenidos,  
por ciudades de cielos instantáneos,  
me los llevan sin alma, vista sólo.
New York está en Cádiz o en el Puerto.
Sevilla está en París, Islandia o Persia.  
Un chino no es un chino. Un transeúnte
puede ser blanco al par que verde y negro.
En todas partes tú, desde tu rosa,  
desde tu centro inmóvil, sin billete,  
muda la lengua, riges, rey del todo…
Y es que el mundo es un álbum de postales.
Multiplicando pasas en los vientos,  
en la fuga del tren y los tranvías.
No en ti muere el relámpago que piensas,
sino a un millón de lunas de tus labios.
Yo nací -¡respetadme!- con el cine.
Bajo una red de cables y de aviones.
Cuando abolidas fueron las carrozas
de los reyes y al auto subió el Papa.
Vi los telefonemas que llovían,
plumas de ángel azul, desde los cielos.
Las orquestas seráficas del aire
guardó el auricular en mis oídos.
De lona y níquel, peces de las nubes,
bajan al mar periódicos y cartas.  
(Los carteros no creen en las sirenas
ni en el vals de las olas, sí en la muerte.
Y aún hay calvas marchitas a la luna  
y llorosos cabellos en los libros.  
Un polisón de nieve, blanqueando
las sombras, se suicida en los jardines.
¿Qué será de mi alma, que hace tiempo
bate el récord continuo de la ausencia?
¿Qué de mi corazón, que ya ni brinca,  
picado ante el azar y el accidente?
Exploradme los ojos, y, perdidos,  
os herirán las ansias de los náufragos,  
la balumba de nortes ya difuntos,  
el solo bamboleo de los mares.  
Cascos de chispa y pólvora, jinetes  
sin alma y sin montura entre los trigos;
basílicas de escombros, levantadas
trombas de fuego, sangre, cal, ceniza.
Pero también, un sol en cada brazo,  
el alba aviadora, pez de oro,  
sobre la frente un número, una letra,
y en el pico una carta azul, sin sello.  
Nuncio -la voz, eléctrica, y la cola-
del aceleramiento de los astros,
del confín del amor, del estampido  
de la rosa mecánica del mundo.
Sabed de mí, que dije por teléfono
mi madrigal dinámico a los hombres:
¿Quién eres tú, de acero, estaño y plomo?
-Un relámpago más, la nueva vida.

(Falta el último pliego)

Sobre los ángeles

Paraíso perdido

A través de los siglos,
por la nada del mundo,  
yo, sin sueñó, buscándote.
Tras de mí, imperceptible,
sin rozarme los hombros,
mi ángel muerto, vigía.
“¿Adónde el Paraíso,
sombra, tú que has estado?”
Pregunta con silencio.
Ciudades sin respuesta,
ríos sin habla, cumbres
sin ecos, mares mudos.
Nadie lo sabe. Hombres
fijos, de pie, a la orilla
parada de las tumbas,
me ignoran. Aves tristes,
cantos petrificados,
en éxtasis el rumbo,
ciegas. No saben nada.
Sin sol, vientos antiguos,  
inertes, en las leguas
por andar, levantándose
calcinados, cayéndose
de espaldas, poco dicen.  
Diluidos, sin forma
la verdad que en sí ocultan,
huyen de mí los cielos.
Ya en el fin de la tierra,  
sobre el último filo,  
resbalando los ojos,
muerta en mí la esperanza,
ese pórtico verde
busco en las negras simas.
¡Oh boquete de sombras!
¡Hervidero del mundo!
¡Qué confusión de siglos!
¡Atrás, atrás!¡Qué espanto
de tinieblas sin voces!
¡Qué perdida mi alma!
“Ángel muerto, despierta.
¿Dónde estás? Ilumina
con tu rayo el retorno.”
Silencio. Más silencio.  
Imóviles los pulsos
del sinfín de la noche.
¡Paraíso Perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre.

LXXV Balada del andaluz perdido

Perdido está el andaluz
del otro lado del río.
-Río, tú que lo conoces:
¿quién es y por qué se vino?
Vería los olivares
cerca tal vez de otro río.
-Río, tú que lo conoces:
¿qué hace siempre junto al río?
Vería el odio, la guerra,
cerca tal vez de otro río.
-Río, tú que lo conoces:
¿qué hace solo junto al río?
Veo su rancho de adobe
del otro lado del río.
No veo los olivares
del otro lado del río.
Sólo caballos, caballos,
caballos solos, perdidos.
¡Soledad de un andaluz
del otro lado del río!
¿Qué hará solo ese andaluz
del otro lado del río?

(De Balada y canciones del Paraná, 1953-1954)

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