Llega lo peor

Por Fernando Londoño Hoyos.

Los peores días están por venir. Los especialistas lo han dicho hasta la fatiga. Los “amigos de la libertad” han querido negarlo, jurando que se trata de escándalos histéricos con los que nos quieren arrebatar el sagrado derecho a hacer lo que nos de la gana, como trabajar, emparrandarnos, salir a la calle, viajar por tierra, por mar o por los aires.

El tiempo es implacable y el Coronavirus también. Y nos llegó la hora. Maldita la hora para satisfacernos en repetir que los especialistas, el Gobierno y las amargas experiencias ajenas tenían la razón. Es hora de cosas más graves que sacarse clavos.

Los de la gripita han tenido que pagar precios muy altos por sus tesis insensatas y por su cobardía para enfrentar los explicables alaridos de los que no quieren la disciplina y el sacrificio como los únicos caminos abiertos a la victoria y a la libertad. Boris Johnson casi muere en el intento y Bolsonaro, el adalid americano de la tesis de Trump, ya tiene al Brasil en el cuarto lugar de contagios y muertes, con tendencia clara al alza.

El panorama en Colombia todavía no es desolador, pero lo será en breve. El peor ataque viene del sur, del Amazonas y el Vaupés, acaso los más desprotegidos y vulnerables lugares de la patria. Y es más que sombrío en las cárceles, donde la pandemia se explaya a sus anchas aprovechando el horroroso e inhumano hacinamiento que padecen. No conocemos la realidad completa de esa parte de la tragedia, sencillamente por la ineficiencia que tenemos en leerla. Ni siquiera sabemos lo que pasa en las llamadas URI o en las Inspecciones de Policía, lugares que de conocerlos habría pintado el Dante en los últimos círculos de su infierno.

Pero el desastre no se va a quedar perdido en la selva amazónica o en nuestros horrendos lugares carcelarios. Cartagena, donde hubo tanto libertario, está sumida en la más pavorosa crisis, aún lejos de medirse con honradez y eficiencia. Cali tendrá que pagar muy cara su indomable voluntad pachanguera y acá en Bogotá estamos muy lejos de comprender y medir la magnitud del contagio. La Alcaldesa ha tenido que declarar 6 zonas populosas como sitios de alto contagio, pero sabemos de lugares de muy altos privilegios sociales y económicos donde las cosas pintan muy mal. Pero muy mal.

Mientras estos malos ejemplos dictan lecciones de humildad, otros enseñan que no en balde se hacen esfuerzos hoy, para salvar el mañana. Antioquia y la zona cafetera, en general, han dado pruebas de que la sensatez y el espíritu cívico pueden ganar grandes batallas.

Cuando quedan escritas estas líneas, aparecen cifras que no quisiéramos registrar. El número de contagios y de muertes auguran lo que decíamos, que los  días más duros están por venir. Lo que no quiere decir que no vayan o no puedan empeorar. Donde los libertarios sigan con su cantaleta, esto se pondrá invivible. La extensión de la pandemia en los grandes centros de acopio y distribución de comestibles, lo que llamamos desde niños las plazas de mercado, hoy mucho más sofisticadas que antaño, se muestran como uno de los mayores desafíos para el orden y la supervivencia.

Es claro que ni la enfermedad ni sus dolorosos remedios, disciplina y orden, no llegan solos. Los expertos en economía, una vez más, se han equivocado. Contra todas las evidencias quisieron insistir en que el primer  trimestre del año había sido relativamente bueno y que por ahora la economía sufría de una gripita. El DANE los ha sacado de ilusiones. El primer trimestre, aún con dos meses de comienzo buenos, ha mostrado un lánguido crecimiento de 1.1%. Lo que significa que el segundo mostrará altas cifras en rojo y que el año será pésimo.

Pero hay que sobrevivir. La pandemia no puede terminar con un número atroz de personas muertas ni de empresas destruidas. A cualquier precio hay que salvar vidas y puestos de trabajo. Después, con la gente viva y las industrias y el comercio en capacidad de producción, ya se verá.

Nos preocupa que el Gobierno, que navega en dirección correcta, se quede corto. Que se asuste con un PIB negativo y calificaciones a la baja. La demora en los créditos salvadores para las PYMES puede ser la mejor prueba del aserto. Los ortodoxos son estupendos en épocas normales y pueden llevarnos a la catástrofe en estos días amargos.

La Cámara – la House como allá la llaman- acaba de aprobar en los Estados Unidos tres billones de dólares más para salvar empresas. No hay remedio. La FED  tiene aprendida la lección. ¿Será que se la enseña a nuestro Banco de la República, tan timorato, tan pacato, tan ortodoxo? Ojalá y que la letra no tenga que entrar, tardíamente, con mucha sangre y más dolor.

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