La Colombia de Iván Duque

Por Fernando Londoño Hoyos

No sé dónde queda la sede de la campaña de Iván Duque. Lo que vale para este escrito es que no quiero averiguarlo. Me importa una higa. Duque ha tenido el talento de no comprometer su elección con el puñado de bastardos que integran las huestes corruptas de los partidos que se robaron el país.

Que corran los de la U a buscar a Vargas Lleras con la ilusión de seguir medrando bajo sus alas protectoras. Que corran los de Cambio Radical, partido lleno de perplejidades y contradicciones, repleto de corruptos puestos al descubierto por dos mujeres periodistas en un reportaje contundente, demoledor, a buscar famas tristes y canonjías baratas. Que vuele el conservatismo de Cepeda a buscar empleos y contratos, que es apenas lo que le interesa. Por casualidad, o porque tiene olfato y genio, Duque no se ha dejado contaminar de esa Colombia prostituida que debe quedar atrás para siempre.

Hay que hacer votos para que Duque entienda, supremo desafío a su inteligencia, que su campaña le pertenece a un pueblo que se cansó de la miseria. De la miseria moral, que lo ha hecho botín de ladrones y violentos. De la miseria política que lo ha reducido a los extremos de la mediocridad santista. De la miseria económica, pues que se le robaron todo lo que tuvo, que fue mucho, y lo han condenado a padecer todas las angustias, a sufrir de todas las carencias, a masticar todas las frustraciones.

La campaña de Duque no es de nadie. Porque es del mismo pueblo que se levantó el 2 de octubre glorioso a derrotar, él solo, toda la maquinaria, todo el poder, todo el dinero, comprometidos en la infamia de consumar la rendición ante un grupo minúsculo de bandidos enriquecidos con la cocaína.

Es un pueblo dispuesto a todo, hasta el heroísmo de una revolución sin precedentes e intuitivamente seguro de que le ha llegado su momento histórico.

El momento de derrotar las mafias que se apoderaron de su destino. Esas mafias que componen los impulsores del negocio narco, y que integran, sin saberlo, legiones de muchachos sin otro horizonte que el delito. Los demás, se los nublaron todos. Iván Duque será el Líder de un país sin coca, sin minas que deforestan los bosques ancestrales y matan los ríos sagrados. Sin dinero sucio, que hoy marca el paso de la economía y le roba toda la fuerza vital a esa generación naciente. Sin clientela para apacentar, porque Duque no le va a pertenecer a ninguna. Mala noticia para muchos.

Duque será el hombre que inserte a Colombia en la modernidad. Esta Colombia que toma el paso ya o se quedó para siempre destinada a la cueva oscura que la historia reserva, cruel e implacablemente, a los vencidos.

Duque recordará que este es uno de los pocos países del mundo capaces de ofrecer comida a un mundo hambriento; de ofrecerle agua a un mundo sediento; de ofrecerle  bosques a un desierto; de darle fuerza, energía, ganas “a un mundo que agoniza sin sangre entre las venas” como dijera nuestro poeta mayor.

Llamándolo economía naranja, o como le venga en gana, Duque le apuesta al desarrollo económico. A ese desafío colosal que va a sacar de sus goznes la puerta abierta a la pobreza, la mediocridad, la corrupción. Pablo VI, el más grande escritor que produjo la Iglesia católica en el Siglo XX, lo dio por equivalente a la paz. El desarrollo que hizo de Alemania lo que hoy es, a partir de un montón de escombros que fue la herencia de Hitler; de Japón, la potencia que sigue siendo y arranca de la humillación y la derrota de dos bombas atómicas; de los dragones asiáticos, que acumulan buena parte de las reservas monetarias del mundo contemporáneo, cuando eran perdidos enclaves de la melancolía universal de la pos guerra; y de la China que se cansó de overoles raídos y bicicletas desvencijadas para saltar a convertirse en la segunda economía del mundo.

¿Seremos menos que estos ejemplos de bonanza, de bienestar, de victoria sobre los elementos y los hombres de nuestro tiempo? ¿Por qué?

Colombia le apuesta a esa inmensa ilusión. De las cenizas de nuestro ominoso presente, saltar a la inmensa tarea que la llevará a ser grande, rica, poderosa, es la misión alucinante que Colombia intuye podrá enfrentar desde la victoria de Iván Duque.

No hay hombres providenciales. Hay hombres que llegan a tiempo al escenario de la Historia, para transformar los pueblos, abriéndoles el camino hacia su destino. Eso es Iván Duque. Lo demás es resentimiento, indigencia moral e intelectual, abandono y muerte. Que cada uno escoja. La cita es el 27 de mayo. El actor es usted, y soy yo, y somos todos, lector amable. Nadie faltará, estoy seguro.

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