GUERRA NUEVA

Acaban de descubrir los que debían saberlo hace mucho tiempo, que el Acuerdo de Paz no tiene de tal nada porque es la declaración de una guerra nueva.

Para empezar y antes de entrar en materia, vale recordar que las FARC han dicho una y mil veces, la más solemne en su declaración de los Llanos del Yarí, que lo suyo es la lucha de clases para establecer la dictadura del proletariado. Y esa es una declaración de guerra. El Marxismo Leninismo predica la violencia para cambiar de raíz el orden existente e imponer el suyo, destruyendo todos los principios de la que llaman con infinito desprecio la sociedad burguesa. Esas antiguallas de la familia, la propiedad privada, la democracia, tienen que ser demolidas desde sus cimientos. Nos imaginamos que los negociadores de paz del Gobierno Santos saben eso y por lo mismo saben que no firmaron Acuerdo de Paz alguno, sino una rotunda declaración de guerra.

Es apenas obvio que un Acuerdo de esa naturaleza tiene que conducir a la violencia. Como a la violencia conduce este esperpento de 310 páginas que tan entusiasmado tiene a ciertos majaderos, idiotas útiles los llamaba Lenin, que se hacen lenguas de las maravillas de la Reforma Agraria que el documento contiene.

En el capítulo que se ocupa de las Tierras Improductivas y la Formalización de la propiedad está la clave del nuevo conflicto. Los siniestros personajes de La Habana cuantificaron la magnitud del problema en la módica cuantía de diez millones de hectáreas.

Las primeras tres conformarán un banco de tierras para repartir entre cuantos no la tienen. Y la fuente fundamental de semejante inventario es la tierra improductiva, a juicio de las FARC, las mismas que por supuesto, igual que los jueces de la JEP serán  dueñas de los jueces y las nuevas autoridades agrarias.

Esas tres millones de hectáreas, que no son sino el 60% de las que actualmente están sembradas y en producción, incluyendo el millón de las cafeteras, tienen que salir de alguna parte. Y salen, precisamente, de la guerra nueva.

El Acuerdo, que lo escribieron en la seguridad de que solo lo leería una partida de tontos, dice que el tal banco de tierras se forma con las que provengan de extinción de dominio, recuperación de baldíos, donaciones y finalmente, de las que se obtengan por expropiación de las inadecuadamente explotadas.

Lo de la extinción de dominio y los baldíos recuperados, son pamplinas. Las tres millones de hectáreas serán fruto de la expropiación. Es decir, que se adquirirán a la brava, pagando o sin pagar indemnización adecuada. Y aquí está el núcleo de la guerra que nos pactaron el doctor De La Calle y Sergio Jaramillo, siguiendo las instrucciones de los Santos.

Estas reformas agrarias, son de vieja data. Las empezó Lenin contra los Kulaks o campesinos rusos, y vivió lo suficiente para dar marcha atrás, cuando el hambre amenazaba a Rusia entera. La siguió Stalin, has sus “ultimas consecuencias” condenando su pueblo a hambrunas recurrentes y a convertirse en el más monstruoso agente del despilfarro todavía vigente de las mejores tierras agrícolas del mundo. 

La guerra agraria se extendió por todas partes, con los mismos resultados: ruina del campo y hambre en las ciudades.

El ejido mexicano tuvo que corregirse, en cuanto fue posible, para limitar el desastre. Y las reformas intentadas en África y Latinoamérica no han dejado sino violencia y miseria.

Colombia ya tuvo la suya, nunca tan perentoria y radical como la que viene,  y no quedó de su memoria sino “tristes recuerdos de mí” como diría  Don Juan en la hora trágica de su muerte.

Los casos más visibles y cercanos son los de Cuba y Venezuela. La primera tenía una imponente producción de diez millones de toneladas de azúcar, reducidas hoy a no más de setecientas mil. Y de la otra producción no sobrevivió nada. Cuando Cuba no tiene con qué importar alimentos, los revolucionarios y sus víctimas se mueren de hambre.

Venezuela nos debiera hacer reflexionar. Si nunca fue potencia agrícola, jamás faltó la arepa en la mesa de nuestros hermanos. Hoy, después de una Reforma Agraria que estamos copiando, la gente se muere de hambre. Y de hambre han muerto millares de niños y de ancianos y de personas débiles que apenas empiezan a calcularse en cifras. Los fuertes aún viven, pero casi muertos de hambre.

A eso nos condenan el Acuerdo con estos criminales de las FARC y el proyecto de ley que lo desarrolla, y no puede contrariarlo. Cuando le arrebatemos a sus dueños las tres millones de hectáreas que producirán como primer efecto el que las otras dos no valgan nada, porque además serán vueltas polvo por las formalizadas, y conformemos las “empresas familiares y comunitarias” del Acuerdo, empezaremos a hacer colas en las tiendas. Y el día está próximo. ¡Viva la Paz!

 

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