Ganó Venezuela

Por Fernando Londoño Hoyos. 

Se vive de los aciertos propios y de las equivocaciones ajenas.  El patán déspota de Venezuela, Nicolás Maduro, no las ha cometido mayores ni más numerosas, porque no ha tenido tiempo. Para la porción del mundo que no lo conocía lo suficiente, se puso en evidencia. Nadie se quejará ahora de cualquier cosa que pudiera pasarle.

A un pueblo hambriento, Maduro le quitó el pan de la boca. A un pueblo enfermo, los medios para curarse. A los desprevenidos dejó informados, a los corruptos que lo acompañan por el interés de su botín los puso en ridículo. A los opositores los hizo mártires.

La cadena de estupideces empezó cuando quiso competir con el espléndido concierto que conmovió a América. Lo oímos y seguimos con emocionada pasión. No faltarían los curiosos, porque nunca se reunieron tantas estrellas de la música popular en un escenario. Claro que era lo de menos. Lo esencial fue el mensaje que cada uno de esos artistas lanzó al mundo desde su tarima: libertad, democracia, rescate de un pueblo ultrajado. Y ante semejante despliegue de unidad y arte, de música y lo mejor de la política, Maduro y su banda intentaron la competencia. ¡Vaya insensatos!

El concierto de Maduro salió como cualquiera imagina. Dicen expertos que reunió dos mil escoltas, para que opacaran los más de trescientos mil oyentes que enloquecían de pasión y de amor al otro lado de la frontera. Y para colmo de sus desventuras, se le fue la luz, magnífico símbolo de lo que el y Chávez le hicieron a Venezuela. La dejaron a oscuras.

El día 23 de este febrero luminoso, Maduro tenía dos caminos para escoger. Y tomó el peor, el más conforme con su estilo, el más cercano a su talento y su vocación. Así que se fue por el de la violencia para cerrar las puertas a la ayuda humanitaria reunida en las fronteras como símbolo de que el mundo está y estará con Venezuela en la hora de su salvación, ya tan cercana.

No ha faltado el despistado que perciba fracasada la misión de Guaidó, de Duque, de los Estados Unidos, de América toda, del mundo libre, porque la ayuda no llegó a su destino. Pobre visión de un hecho que trasciende con mucho su apariencia y que tiene inmenso valor por lo que significa en su sentido fundamental y último.

Era preciso desnudar las intenciones, los apetitos, el estilo, los métodos y los fines de la pandilla armada que martiriza a Venezuela. Y eso se logró con creces. Son tan ineptos como primitivos y salvajes; tan criminales como la peor banda de forajidos; y tan brutales como se mostraron ante el mundo.

Cerrar el paso de esa caravana inerme y esperanzada, era una estupidez que no alcanzábamos a presumir. Por torpe que fuera el régimen, lo veíamos abriendo paso a los caminantes y a los camiones para darle después el destino que quisiera a la carga que llevaban Y para alegar luego ante el mundo que ese gesto no lo hacían por necesidad, que en nada los acosaba, sino para mostrar cómo es magnánimo su corazón, limpias sus intenciones, altas y generosas sus miras. Pudieron agregar que si quisieran mandarles más regalos, que repartirían entre los más pobres, felices los recibirían.

Pero esas sutilezas no estaban a la altura de estos zafios. Lo que les llegaba era declararse víctimas de una invasión, menoscabadas su dignidad y su soberanía. De modo que lanzaron todo el gas, dispararon todos los perdigones, repitieron todas las amenazas y para cerrar con broche dorado incendiaron comida, camiones y medicinas. En el entremedio mataron unos cuantos, hirieron a muchos y dejaron ver que las tropas solo los acompañan por miedo o la torpe disciplina que les queda. El soldado o el policía que tiene algo de razón y de valor, da el salto a este lado de la cerca, para acompañar los millones de compatriotas que lo dejaron todo con tal de huir de ese frenocomio.

La carga humanitaria llegó a su destino. Al de los venezolanos, porque pudieron comprobar, si les faltara, la clase de tiranos que los mandan. Al del resto del mundo, porque acusó recibo del tipo de aventureros que dispone por la fuerza bruta de los destinos de ese gran país.

Estamos en vísperas de acontecimientos enormes que sacudirán a Venezuela, a América, al mundo entero. No hay punto de retorno, ni lugar para pedirle concesiones a la Historia. Nos apuntamos con todo el corazón a la carta de que lo venidero, catastrófico para los maleantes capaces de quemar la comida de los más miserables, no llegue con más dolor ni más sangre. Venezuela ya sufrió lo que tenía que sufrir. Pero quedará a las generaciones venideras tiempo de sobra para la reivindicación y para la esperanza.

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