Feliz Año

Por Fernando Londoño Hoyos

Ya quedaron atrás las celebraciones para este año 2.019. Los besos. Los abrazos, los vítores, las músicas y la maldita pólvora. Solo queda preguntarnos si viene esta criatura con mejores auspicios que la que hace un año saludábamos.

En aquella ocasión, sabíamos que hasta el 7 de agosto nos iría muy mal. Seguiríamos en manos del grupo gangsteril que nos torturaba desde 7 años atrás y eso significaba que la cocaína mandaría, que los violentos cometerían, impunes, todos sus desafueros, que las arcas del Estado enflaquecerían más, que los pobres serían más pobres y los empresarios apenas sobrevivirían, pero en más lamentable estado. No había sorpresas para alentar y no las hubo. El grupo de los Santos dejó limpia la mesa y cerrado cualquier camino a la recuperación, siquiera al entusiasmo.

¡Pero cuántas ilusiones guardamos en el corazón para lo que vendría! Las elecciones llegarían en nuestro rescate y nunca volveríamos al triste pasado que despedíamos aquella noche de otro 31 de diciembre.

Feliz Año, dijimos también esta vez y ya con escasa cabida para la Esperanza. Todos los bienes de Colombia habían escapado de la Caja de Pandora. Y la malvada no la cerró a tiempo y se nos fue también la Esperanza. Si somos sinceros, habremos de admitirlo.

Cuesta reconocer que vivimos en un narco país, con lo que eso implica, con pocas ventanas abiertas hacia un paisaje diferente. Y el plan redentor, que esperábamos para el 7 de agosto en la tarde, no existe todavía. Es una vergüenza que a estas alturas no sepamos si la fumigación será con drones o con aviones o con nada. Al Presidente se le había pasado ese detalle. Como ha dejado en el tintero la extinción de dominio “express”, de la que se hacía lenguas en la campaña. Como no ha sido capaz de extraditar a Santrich y no sabe si aplicará esa, la única medida eficaz contra los bandidos, sin morirse de miedo de la Corte Constitucional. Como le tiemblan la voz y el pulso para anunciar y ejecutar bombardeos a grande escala en las zonas cocaleras. Cómo no enfrenta a fondo el dominio de la mafia, y salvo la valerosa medida de la dosis mínima, vacila ante el imperio narco en las ciudades.

La situación fiscal es más dramática de lo que fue nunca. Para corregir el fuerte desequilibrio que padecíamos, nos regaló el Gobierno una reforma tributaria que se quedó en la mitad del camino de la solución pero que se llevará a paseo cualquier intento de recuperación empresarial. Gravar los dividendos, los patrimonios, los reembolsos al exterior de las utilidades percibidas, son medidas demoledoras para la inversión propia o foránea. Para semejante locura no se consultó un hecho de gravedad capital: se nos está yendo al exterior la gente más productiva de Colombia. Se ha dejado pasar la cifra alucinante de  50.000 colombianos que se fueron con lo suyo a buscar países menos disfrazados de color naranja.

Ya pasó la primera semana de enero, y el Presidente guarda en silencio la fórmula mágica de dónde sacará,  como del cubilete aquél, los siete billones de desequilibrio que seguimos padeciendo. Y los ocho billones que nos encontramos entre sentencias ejecutoriadas de condenas a la Nación. O los faltantes de un precio del petróleo que cae sin cesar. ¿Cómo estar felices?

Las carreteras, condición sine qua non para exportar, no pueden andar peor. Las Rutas del Sol I y  II, no tienen siquiera una piadosa licitación. Al Túnel de La Línea le faltan el pico y las patas, al Magdalena le falta todo, a Girardot se va de fiesta en 7 horas. Y la lista sigue, interminable, pavorosa.

Desde el fondo de esta postrada condición, que no nos falte corazón para gritar, confundidos en estremecido abrazo, “FELIZ AÑO”.

 

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