Felices pascuas

Por Fernando Londoño Hoyos

Tenga por seguro, lector amable, que va el título sin pizca de ironía. Sí. Felices Pascuas porque Cristo ha resucitado, porque nos espera en el cielo, porque nos redimió del dolor y de la muerte.

La pandemia nos ha permitido más recogimiento que nunca tuvimos. ¡Qué bellas y evocadoras ceremonias! ¡Cuánta Fe queda en el mundo!

Pero no son buenos los tiempos que corren, ni los que nos aguardan, de no haber cambio de rumbo. Qué días amargos nos esperan.

La paz no puede andar más embolatada. El Departamento de Nariño, donde Colombia empieza, no puede estar más despedazado. Los acontecimientos de El Charco llenan de dolor al más insensible. Muertos, desplazados, ríos convertidos en lodazales, selvas perdidas para siempre. Y siguiendo camino al Norte, vamos viendo cómo remata esta tragedia del Pacífico. Lea, si quiere apurar esa copa, amigo, las declaraciones del Obispo de Buenaventura y sabrá en lo que anda convertido nuestro primer puerto marítimo. Y nos falta el Chocó, al que no le cabe una ruta del narcotráfico, una explotación más irracional de nuestros ríos, un desplazamiento más, otro confinamiento forzado.

Transitar por el Bajo Cauca Antioqueño, camino de la Costa Atlántica, es una aventura de imprevisibles contornos. Carros quemados, ataques a la Fuerza Pública, balaceras a la orden.

La frontera con Venezuela pareciera el mismo infierno. La llamada Guardia Bolivariana, ¡qué ironía ese nombre! haciendo causa armada con nuestros bandidos, enfrentados ambos grupos a otros bandidos peores. Se calcula que dejando a un lado el martirizado Catatumbo y llegando al Arauca vibrador, salieron de sus casas, sin camino de retorno, unas seis mil personas. Lo que puede ser de ellas, y de nosotros, Dios lo sabe.

Si por los campos las cosas andan tan mal, las ciudades no podían estar en más dura condición. Y no por el Coronavirus, nuevo cantar, sino por la inseguridad y la violencia que vienen de la mano de lo que llaman las ollas del micro tráfico. Nuestra juventud se pierde en los abismos del vicio, padecemos toda clase de excesos y ni las calles ni las casas nos dan sensación de seguridad. Los asaltos a mano armado son el pan cotidiano de este monumental desorden.

Los que debieran dar ejemplo, dan el peor de todos. El Campeón de la Libertadores, John Viáfara, es un narco de los más despreciables. Fredy Guarín, otra gloria del fútbol, arremete violento contra sus padres, las enfermeras y médicos que tratan de aliviarlo de la cantidad de droga que se ha metido al cuerpo, y claro, para remate, la emprende, brutal y grotesco, contra la Policía. Y salen sus compañeros de equipo y otras celebridades, a darle respaldo. ¿Dónde quedaron los valores de esta sociedad?

Dicen que las penas con pan son menos. Pues ni alivio a las penas con el pan. El desempleo vuela, las exportaciones se acabaron, el déficit fiscal es monumental. Y el remedio que receta este curioso médico, que es el Gobierno, amenaza ser , con mucho, peor que la enfermedad.

Esperamos no tener que beber de la copa que al parecer viene preparada. El IVA a la canasta familiar, directa si así viene o con rodeos, a través del que se imponga a los insumos agrícolas, parece invento de Satanás. Y el impuesto a los más ricos es peor insensatez. Y va en serio la cosa, parece.

El impuesto al patrimonio es el más injusto, retardatario, inicuo de los impuestos. La renta que se ganó para formar el capital, ya pagó los impuestos condignos. Y ahora se castiga el buen juicio, el ahorro, la voluntad de formar un capital. Algo más absurdo es inconcebible.

Dicen por ahí las malas lenguas, que es voluntad política gravar el ahorro con un tres por ciento de su valor. Tratándose de inmuebles, equivale a cuadruplicar el impuesto predial, que ya es impagable. Y sobre el dinero en bancos, alcanza las 7.5 veces el impuesto del cuatro por mil, que expertos y zafios critican sin parar. Y todo esto, Dios nos perdone, a nombre y en nombre de la solidaridad.

Dicen los economistas que la primera fórmula para reactivar una economía cualquiera consiste en reducir los impuestos, para que la gente trabaje mejor, produzca más, genere más riqueza y traiga más empleo. Ahora se nos ocurre todo lo contrario, como si nos molestaran la prosperidad y el desarrollo, que un sabio Pontífice llamó el nuevo nombre de la paz.

Endeudados hasta el alma, con desempleo galopante y caída libre de la riqueza, que técnicamente llámase PIB, tomamos por el atajo populista de regalar sumas enorme de dinero a los pobres. Se supone. Para lo que es preciso empezar por subir impuestos para crear más pobres, cortar fuentes de trabajo y estimular la evasión de impuestos y la salida de capitales.

FELICES PASCUAS

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