Diálogos funestos

Por Fernando Londoño Hoyos. 

Alguien muy audaz quiere meternos en la idea de que el arte de la política consiste en dialogar. La Historia puede mostrarnos que esa es una vieja ilusión, mil veces fallida.

En la era moderna podemos empezar con los diálogos que el Rey Luis XVI intentó con los jacobinos, a través de los girondinos. Los girondinos votaron por la muerte del Rey, y en agradecimiento esa primera izquierda del mundo moderno, la de Robespierre, mandó a la guillotina toda la Gironda dialogadora.

Años más tarde, los del Directorio encontraron un contertulio muy agradable. Un joven general Corso, un tal Bonaparte que se les alzó con el santo y la limosna. Los que querían el diálogo terminaron arrojados de su recinto por las ventanas. ¡ A dialogar en el empedrado!

A Morillo lo recibieron en Santafe con música, arcos triunfales y banquete. La cosa era conversada. Los diálogos terminaron en el cadalso. Hubo balazo para todos.

Kerenski no enfrentó los bolcheviques. En el fondo, podrían mostrarse demócratas. Lenin llevó los diálogos a su manera: horcas, fusilamientos y Gulags. La estimación supera los cuarenta millones de muertos, fruto de aquellos diálogos entreguistas.

Hindenburg no quiso molestar a Hitler. Era preciso dialogar y convencerlo. El Nazismo no estuvo para diálogos. O si prefieren, los manejó a su modo.

El Rey Víctor Manuel le entregó el poder a Mussolini, seguro de amaestrar la fiera. Mussolini se dedicó a dialogar por el balcón con sus fascios amados.

Chamberlain estaba seguro de que Hitler no era un mal muchacho. Dialogando se arreglan las cargas: cinco años de guerra y cincuenta millones de muertos, fue el precio de aquellos diálogos.

Stalin fue vencedor en la II Guerra Mundial y diálogó de lo lindo en Potsdam y Yalta. La Guerra Fría es el testimonio de aquellos diálogos funestos.

Fidel castro también era un revolucionario con el que se podía hablar. Los gringos entendieron con quién dialogaban, cuando fue demasiado tarde. Esos diálogos con el “pueblo” de Cuba, llegan a los sesenta años.

Todas estas reminiscencias, que podríamos prolongar casi indefinidamente, vienen a propósito de los diálogos de Duque con todo el que le dice que quiere dialogar.

La cosa empezó cuando resolvió organizar el Gobierno con todos los partidos. Los de la oposición franca y abierta en la oposición se mantienen, y los que prefieren el poder por dentro se quedaron con el poder por dentro y por fuera. Y siguen dialogando: ¿no ven que son “independientes”?

Con los únicos que no dialoga el Presidente es con los que se batieron como leones para llevarlo al poder. Los acaba de convocar a Palacio, por primera vez, para recordarles cuánto los ama. Y en prenda de tanto amor se comunicará con ellos más frecuentemente. Linda manera de formar un bloque de gobierno. Que llega hasta la muy mala manera de olvidar en esa convocatoria al Partido Conservador. El Presidente no ha podido descubrir sus adversarios y no conoce la lista de sus amigos. Porque todo se arregla dialogando.

El paro estudiantil ha dado lugar a un lindo diálogo, en el que el Presidente cree que los muchachitos quieren más plata para estudiar mejor y los muchachitos lo que quieren es tumbar al Presidente.

Como lo quieren tumbar los camioneros y lo quieren tumbar los sindicatos y lo quiere tumbar Petro y los supuestos  o reales campesinos que se suman al paro de este miércoles 28. Y el Presidente no ve la hora  de dialogar con todos.

La política es la ciencia y el arte de alcanzar el poder y conservarlo. Para eso, en las democracias se necesitan mayorías, respaldadas en la fuerza legítima, y en las autocracias fuerza, disfrazada de voluntad popular. Pero en todo caso, de lo que se trata es del poder. No de repartirlo en diálogos ni de ejercerlo sentado a la mesa.

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