CON ESOS NEGOCIAMOS EL PAÍS

Debemos confesar que escribimos con el alma rota. Aunque tratamos el tema muchas veces, lo denunciamos, lo hicimos público, lo que hoy vimos por la televisión en el Canal RCN resultó superior a nuestras fuerzas. Y creíamos haberlo sabido todo, visto todo, padecido todo en materia de maldad, de bajeza, de crueldad.

Una muchacha guerrillera, cuya cara no vimos completa pero que nos pareció no pasaba de los 20 años, contó su experiencia.

Fue secuestrada de su casa a los 12 años y apenas adolescente quedó embarazada. Como todas, agregó sin que fuera necesario.

Ocultó su preñez cuanto pudo, sabedora de que era como un delito dejarse violar por varios cada día y sufrir las consecuencias de tanto esperma regado por su cuerpo. Pero a los 8 meses de gestación se le acabaron los trucos. Y la mandaron a la llamada enfermería. Creyó que le dejarían tener su bebé. Pero no. Por supuesto que no. Las reglas son las reglas.

La enfermera de turno le puso una inyecciones para matar al bebé. Pero era un niño obstinado y no se dejó morir. Entonces le rompieron la fuente para ahogarlo. Y el bebé sobrevivió. Así que se lo sacaron a la fuerza, son las palabras de la muchacha, y lo tiraron al piso para que se desangrara por el ombliguito. Ella rogó, gritó, pidió piedad. En vano. Esta vez el bebé murió. Y el cuerpito lo tiraron a la basura, como habían hecho con otras doce criaturas en el mismo sitio, en las mismas condiciones.

La muchacha que fue guerrillera a la brava, no podía contener el llanto. Apenas lograba que le saliera la voz. Era demasiado amargo el recuerdo, demasiado acerba la pena.

Lo mismo pasa en todos los campamentos de las FARC. Los guerrilleros no los crían estos bandidos. Por economía, se los roban a sus padres cuando estiman que pueden cargar un fusil y apretar un gatillo.

Una historia como tantas, que no contamos para dañar el día del lector. La contamos porque es la manera de medir la calidad humana de los que se reúnen, se abrazan, se solazan todos los días con los plenipotenciarios de Juanpa. Es con ellos, con los que hacen estas cosas y muchas otras igualmente horribles, con los que negocian la paz de Colombia, su futuro, el modo de vida de 47 millones de compatriotas.

Algún imbécil con sotana decía que estas cosas no pueden hacerse en la guerra. ¿Guerra, su Señoría? ¿Llama usted a eso una guerra? ¿Llama guerrera o combatiente a la niña de nuestra historia o al niño que quiso tan desesperadamente aferrarse a la vida? Y lo peor es que usted lo dice de mala fe. Para que creamos que esto es el producto de una guerra, que usted ayudará a terminar, permitiendo que estos brutos, estos salvajes, estos criminales reciban parte o todo el país a cambio de sus atrocidades.

“La clemencia asesinaría si perdonase a los que matan”. La frase es de Shakespeare y se lee en su Romeo y Julieta. Pues aquí nos va a matar esta clemencia asesina. Nos va a asesinar a todos. Y peor que matarnos, nos va a entregar maniatados a estos despreciables sujetos.

Insistimos en que no contamos esta amarga, desoladora historia, por pruritos de venganza, o por amor a lo que llaman la guerra. Lo hacemos para medir la calidad humana de los que tendrán impunidad plena por su salvajismo, garantías totales para que sigan, felices, exportando cocaína y gobernando a Colombia. Nos lo merecemos por estúpidos y cobardes.

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