Almas muertas

Por: Fernando Londoño Hoyos

Evitamos cualquier suspicacia reconociendo de entrada que el título de estas líneas está tomado de prestado de una de las novelas cumbres de Nicolás Gogol, ese eterno atormentado e incomprendido novelista ruso. Cuando leímos esa obra, hace tantos años como para haberla olvidado casi toda, nos impresionó que para los rusos de aquel tiempo, la primera mitad del siglo XIX, las Almas no fueran las que por tal entendemos, sino los campesinos irredentos de la Rusia profunda. Era tan opaca su existencia, que en las compraventas de tierras se incluía el número de “almas” que sobrevivían en ellas.

Desde entonces entendimos lo que se llama un alma en pena o aquello de que alguien lleva el alma en los tobillos. Es el desencanto absoluto por la vida, la melancolía por esencia, el abandono pleno de las ilusiones lo que esas “almas” significan.  Y recordando aquel episodio literario nos preguntamos si no viene lleno de almas muertas este pobre país nuestro. Al menos es lo que reflejan todas las encuestas, cuando revelan que casi el ochenta por ciento de los colombianos ven cerrados, negros los horizontes de su propia vida. Somos una inmensa partida de muertos en vida a losque nadie les ha cantado funeral.

No podía ser de otra manera. Haga la cuenta, querido lector, de cuántos hechos felices, halagadores o simplemente positivos está hecha la trama de nuestro pasar. Mire un noticiero de televisión, repase las noticias recientes, revise su entorno inmediato y no encontrará nada descaminado lo que decimos.

No vivimos seguros. Nos pueden matar en cada esquina. Las bandas de todo tipo de criminales nos acechan. Las FARC imponen sus leyes de muerte en muchas regiones de Colombia y acabamos de descubrir que los dineros de la mafia cuentan más que las de quienes juzgábamos los más ricos del país.

La economía viene de capa caída y las cifras no son calamitosas porque nos alimentamos de petróleo, carbón, oro y otros minerales, que no son fáciles para la digestión.

La salud es un desastre. Los hospitales viven en quiebra, porque no se les paga lo que facturan a la seguridad social, y en estos años de Gobierno no se ha construido ni reparado uno solo. Lo único que crece en la materia son los enfermos desatendidos y maltratados.
De la educación acabamos de saber que entre 65 países analizados, figuramos en el número 58, en matemáticas y ciencias y capacidad de aprendizaje.

Nuestras carreteras son tan malas, que en el Continente solo le ganamos a Haití. Hablando en plata, Bogotá está más lejos de Buenaventura o Barranquilla, que del Japón o la China. Las cárceles son una vergüenza. A los pensionados no se les reconocen sus derechos. Los jueces no dictan sentencias nunca, y ahora tenemos la prueba de que son venales desde la hora de repartir los expedientes. Los políticos son un desastre, también lo dicen las encuestas, y solo estimamos al Ejército y la Policía, perseguidos y humillados todos los días por testigos falsos y jueces injustos.

No hay muchos motivos para vivir con más entusiasmo del que tenían las almas muertas de Gogol. Hay una luz en el horizonte ceniciento de la Patria. Álvaro Uribe es una esperanza, como lo fue en el 2.002. Cada colombiano dirá su última palabra en las elecciones de marzo y mayo. Lo demás es pobre literatura.

Comparte esta noticia

Deja tus comentarios

0 Comments

Leave a Comment

Login

Welcome! Login in to your account

Remember me Lost your password?

Lost Password